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Foto del escritorRodolfo Navarro García

CUANDO UN ARTISTA SE ENFRENTA A LAS INFLUENCIAS ENVENENADAS


¿Cómo saber si tus obras son auténticas o estás bajo la influencia de otr@s artistas?



¿Qué suele ocurrir si dejas que otros elementos creativos, externos a tu propio ritmo, te afecten? ¿Qué sucede al realizar obras sin la suficiente reflexión, sin la necesaria introspección o sin saber siquiera que estamos bajo influencias ajenas?

Pretender que no estamos influenciados por nadie ni nada sería mentirnos a nosotros mismos. Nacemos y crecemos en un mundo híper conectado –hoy mil veces más que cuando yo inicié este camino en los años 70 del pasado siglo–. Y sí, las influencias son inevitables.

Ahora bien, pregúntate esto: ¿estás influenciado por lo que hace un artista en particular o por el principio que inspiró a ese artista? Esta sutil diferencia es crucial, pues mientras que lo primero hay que evitarlo a toda costa, lo segundo puede ser útil como ejercicio creativo en algunos casos.

Te lo planteo con un ejemplo más concreto: ¿Pintas tus cuadros igual que los de Picasso en su etapa cubista o te basas en los principios intelectuales e ideológicos del Cubismo para pintar los tuyos, se parezcan o no a los de otros pintores cubistas?

Si solamente «copias» los resultados estéticos encontrados por otro artista, perderás la sinceridad de tu trabajo y tus obras ya no serán sólo tuyas, sino que se convierten en un «híbrido» entre tus recursos estéticos y los de aquel en los que te has basado. Algo altamente desaconsejable, pues se vendan o no, gusten o no, esas obras te encasillarán en un entorno que no es el tuyo propio y, por tanto, seguir por ese camino te lleva directamente al precipicio de un «vacío creativo».

Lo importante es siempre absorber nociones fundamentales, y no las particularidades que ya han sido «filtradas» por otro, es decir, debemos saber captar las esencias de otros trabajos y no quedarnos con las soluciones que otro artista haya encontrado.


Existe una célebre anécdota que contaba Juan Gris y era que cuando sabían que Pablo Picasso iba a visitarles, todos escondían sus mejores cuadros; pues era conocido que Pablo sabía escudriñar las ideas de los demás, hacerlas suyas y generar mejores obras.


Sin embargo, no todas las influencias vienen de otros artistas, de sus exposiciones o de visitas a museos. El propio mercado del arte también se puede encargar de atraparnos con encargos «envenenados», peticiones de obras comerciales que, envueltas con el papel dorado del beneficio económico, te tentará sin piedad:


En 1998, con la Escuela-Taller de la Calle Cádiz de Valencia recién abierta, un galerista nuevo rico –antes constructor y que había surgido con los últimos pelotazos inmobiliarios por la inminente llegada del Euro–, se plantó en el estudio y me encargó una colección de Meninas. Él tenía muy claro qué quería: «Que sean de tamaño medio, fáciles de colocar en cualquier estantería», me dijo muy serio, «quiero hacer 99 ejemplares y te las puedo pagar por adelantado».


Lo que más recuerdo es la sensación de vacío que me dejó cuando cerré la puerta y volví a estar solo. Me senté frente al cuadro que tenía a mitad, cogí los pinceles y… lo dejé todo. Salí a dar un paseo. Me invadió una pringosa capa de vergüenza por haber imaginado, en unos segundos de flaqueza comercial, cómo podría atender ese pedido sin perder mi espíritu creativo por el camino. Era imposible, claro.

Cuando volví a la Escuela-Taller me centré en el cuadro que me esperaba en el caballete y olvidé a quien, sin pensar más que en su propio beneficio, había intentado arrastrarme hacia un abismo del que no hay retorno.

No sólo nunca hice una sola Menina, es que, ya en los años 90 era un tema manido y destrozado por la decoración de piezas baratas que solo buscaba una forma identificable por el gran público.

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